Llegaron hablando raro, con modismos diversos toscos y crudos. Llegaron vestidos de arcoiris , con tocados extraños turbantes y cabellos hermosos.
Su presencia se sentía ya antes de entrar, sus aromas se mezclaban, nunca sin desencanto; el cardamomo, la canela y tantos otros que solo agradaban a la multitud que impresionados por la novedad los miraban atónitos. Buscaban a un niño , y lo describieron con mas luz que el sol y la luna. Descansaron ellos y sus bestias en la laguneta central de aquel poblado llamado Belén , se lavaron sus caras y dejaron de ser iguales, uno negro y dos cobrizos con rostros de cerámica de una sola expresión, sin arrugas ni cicatrices con miradas sinceras y barbas trenzadas. Altos y fornidos, bien comidos simplemente distintos.
Sandalias de cuero fino, curado con excelsitud de Reyes, con gemas y rubíes , turquesas y ópalos. Un exceso con peso que vestían con comodidad.
Cargaban cada uno una caja de distinto tamaño pero sin exceder las dimensiones de un brazo, las cajas estaban cubiertas con un manto blanco, limpio y con dobleces solemnes que les dejaban caer un aire de misterioso y secreto.
Trataban de comunicarse con los aldeanos de la forma mas primitiva; las diferencias del lenguaje y su extraña fonética confundían el mensaje. La tarde empezaba a caer y el desespero se empezaba a volver angustia. Decidieron levantar el descanso y seguir con su camino, el cual nuevamente fue marcado por esa estrella que venían siguiendo y la que con el caer del atardecer y la noche se volvía mas intensa y besaba ya un cerro no muy alto, con mas roca que vegetación y en la que generalmente pernoctaban pastores rezagados. Caminaron con convicción y buscaron por cada una de las cuevas que encontraron iluminadas. Y solo en una encontraron vida, verdadera vida. En ella reinaba la paz y la quietud, la armonía de la poca y raquítica luz daba aires de iglesia a esa cuevilla. Vieron a quienes tenían que ver y se arrodillaron agradecieron a la estrella que los había guiado tan efectivamente y dejaron caer sus cofres los cuales abrieron uno por uno, oro, incienso y mirra presentes para el niño, el niño que había nacido en Belén. Misión cumplida cantaron los ángeles y Magalath, Galgalath y Serakin se levantaron bajaron el cerro, se despidieron y se subieron a sus bestias extrañas y luego se perdieron en la aridez de tiempo quedando solo en el recuerdo de esos habitantes que nunca los entendieron.
Magalath, Galgalath y Serakin. Los tres reyes magos.
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