Éramos amigos, ella me lo juraba y su mirada simplemente me lo confirmaba.
Caminábamos los mismos caminos, lucíamos la misma sonrisa y nos valía poco la vida cuando nos sentábamos a ver los atardeceres. Las familias, nuestras familias no existían en esos instantes, los problemas si lo habían se disolvían al platicar. Resolvíamos problemas mundiales, enfermedades incurables, intrigas políticas y coincidíamos en que el azul marino era nuestro color favorito. No existía el individuo en esta historia, éramos solo uno. El viento bautizaba nuestras caras y mojábamos nuestros labios en ganas. Nuestras manos jugaban rutinas de dedos, cada uno de ellos se conocía, las palmas de las manos marcaban una
“M”, igual para los dos. Coincidencias de la vida colocarnos en el mismo infierno y en el mismo cielo. Me gustaba su pelo lizo, negro y su riza de estrella, su cabeza llegaba justo a mi hombro. Nos abrazábamos en la oscuridad mientras tomaba sus manos, besaba su cuello y ella me susurraba alguna gracia. Nos vimos un tiempo a escondidas y otras veces su habitación cubría la intensidad del sol. No había nunca frío y los noviembres de vientos se hicieron de primavera. Como no recordarte en las tardes de noviembre si estas allí con el viento y aun siento tu cabello entre mis manos y tu olor a fragancia francesa. Tú allí y yo acá jugando con mi cabeza desarmando recuerdos que cada día son menos y de menor intensidad. Allí tú y acá yo.
Cristian Mejía en el siglo del terror:
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Caminábamos los mismos caminos, lucíamos la misma sonrisa y nos valía poco la vida cuando nos sentábamos a ver los atardeceres. Las familias, nuestras familias no existían en esos instantes, los problemas si lo habían se disolvían al platicar. Resolvíamos problemas mundiales, enfermedades incurables, intrigas políticas y coincidíamos en que el azul marino era nuestro color favorito. No existía el individuo en esta historia, éramos solo uno. El viento bautizaba nuestras caras y mojábamos nuestros labios en ganas. Nuestras manos jugaban rutinas de dedos, cada uno de ellos se conocía, las palmas de las manos marcaban una
“M”, igual para los dos. Coincidencias de la vida colocarnos en el mismo infierno y en el mismo cielo. Me gustaba su pelo lizo, negro y su riza de estrella, su cabeza llegaba justo a mi hombro. Nos abrazábamos en la oscuridad mientras tomaba sus manos, besaba su cuello y ella me susurraba alguna gracia. Nos vimos un tiempo a escondidas y otras veces su habitación cubría la intensidad del sol. No había nunca frío y los noviembres de vientos se hicieron de primavera. Como no recordarte en las tardes de noviembre si estas allí con el viento y aun siento tu cabello entre mis manos y tu olor a fragancia francesa. Tú allí y yo acá jugando con mi cabeza desarmando recuerdos que cada día son menos y de menor intensidad. Allí tú y acá yo.
Cristian Mejía en el siglo del terror:
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4 comentarios:
Que hermosa remembranza!!
He notado que todos tenemos como una linda nostalgia por noviembre.
Creo que es porque los cielos estan tan limpios, tan despejados.
Hermoso lo que escribiste.
Saludos
volvi antes de lo pensado
Bueno Cristian, mucha complicidad y ternura en este relato.
Un saludo ( Agradable tu cueva)
Abril: Si tienes razón el cielo en noviembre es mas limpio, mas memorable.
Mariano Cantoral: Que bueno vos, paso por alli en breve.
Pepa: Complicidad de un amor único en un mes original. Saludos.
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