domingo, 8 de junio de 2008

Relato de un mafioso mas

La Cabina

No tenia ni un mínimo centavo en el pantalón. El cual viéndolo bien ya me quedaba grande, al parecer la dieta forzada me había dejado sin equipaje de peso en mi ahora esquelético cuerpo. El hambre junto a mi, molestándome, pero ni modo la suerte, la naturaleza, el universo, bueno Dios en realidad me castigaba sin compasión.
Esperaba el castigo ya que había obrado mal, no una ni dos mucho menos tres veces, había obrado mal tres cuartos de mi vida.
Era el veneno, el acido el radioactivo, aquel que solo veía y hacia lo malo, hasta en lo mas insignificante, desde amarrarle los zapatos a los niños con la sola intención de verlos caer, hasta matar sin compasión al tipo que me miraba mal o me insultaba. Me la llevaba de intrépido, de temerario.
Me enrede en negocios turbios, oscuros con gente igual de telúrica y parda como yo. Ellos también me tenían miedo, yo era el malo entre los malos. Los hacia verme con respeto, aunque sabia que en sus cabezas sucias planeaban desaparecerme en cuanto diera la mínima muestra de debilidad.
Estaban locos, porque yo ni una gripe.
Con la pistola en el pecho, y el cuchillo en el tobillo izquierdo caminaba por bares y cantinas, observando mis negocios, o simplemente controlando a las de curvas alegres. De mujeres nunca me queje, llegaban sin invitarlas, el dinero y el poder me las mandaba de entremés. Así de simple la llevaba. Al dormir o mejor dicho al tratar de dormir, me llegaba algo así como un llamado de conciencia, solo pedía por la familia, aquella que abandone por incomprensión. ¿Pero que comprensión podía pedir yo? Mi madre era la que me apenaba, pero la ultima vez que me vio me declaro muerto, inexistente. Ya estaba cansada de mis bribonearías de joven diablo. Mi papá voló del nido antes de que yo pichón emprendiera el vuelo, así que para mi el murió antes.
Era un mes de enero cuando empecé a entender la palabra tragedia , a sentirla mía, a entender a mis victimas y a caer rápidamente por las fauces del dolor, del pesar y entrar al intestino del arrepentimiento.
La muerte llego, y en una transacción de esas de medianoche y de polvos con valores e intercambio de verdes cariñosos. El otro bando nos tendió una trampa y mataron a cinco de mis acompañantes, a mi me hirió una bala en el brazo derecho y me escape de milagro, disparando y vomitando fuego de mi arma, me siguieron para acabarme pero no era mi hora y mientras esperaba el momento final metido en una alcantaría llego la policía y allí empezó la tortura física.
Salí al amanecer, cubierto de lodo negro, con la pestilencia en todo mi cuerpo y perdiendo sangre, el arma la había dejado en la podredumbre de ese agujero de acera.

Llegue al edificio donde vivía holgadamente, con lujos de lujos y me di cuenta que estaba rodeada por policías, los investigadores de dicho cuerpo indagaban sobre mi persona, la pestilencia no me dejaba pensar y el dolor que al principio era leve se había convertido en algo que me empezaba a preocupar, ya para esa hora me había hecho un nudo con un pañuelo que llevaba y no había querido verme la herida con precaución de médico por temor de hacerme débil.
Muy tarde ya, el miedo que el dolor crea había invadido mi mente. Pero la pestilencia me molestaba y tenia que quitármela, y así lo hice, con una toma de agua y una manguera de una casa vecina, me quite lo que pude, deje el saco tome una camisa semi húmeda que colgaba en las líneas de secado y salí corriendo en sentido contrario. Eran las 10:30 y mi alarma sonaba, en mi anterior vida en esa que hacia pocas horas acababa de perder era hora de levantarme.
El hambre, se mezclaba con la nausea y el dolor. Llevaba algún dinero en la bolsa trasera del pantalón, una pequeña fortuna que me serviría para curarme. Necesito que alguien me atienda esta herida, decía mi cabeza, no podía recurrir a alguna entidad hospitalaria, allí reportaban con la policía a cualquier herido de bala y seria presa fácil de la justicia.
Me tenia que reportar con mi jefe, con el que movía las piezas a su antojo o a su necesidad. Sabia que ellos también me buscaban, no en el mismo mundo en el que me buscaba la policía sino en el que yo me movía seguro, en ese mundo delincuente.
Llame desde una de esas cabinas de esquina, marque el numero telefónico que me sabia ultimo, ya que por seguridad mi jefe cambiaba números semanales y a veces dependiendo de las tormentas que la legalidad le tiraba podía cambiarlos cada día.
Marque y al tercer timbrazo me contesta una voz ronca y fuerte, no la reconocí y sabia que no era el jefe, le dije mi nombre y me dijo con voz un poco mas débil y con ligera calidez ; “ Te están buscando, cuídate que vas a dejarnos, pronto muy pronto” luego me colgó.
Entendí claro el mensaje pero mi ser no podía deglutirlo, digerirlo, me quieren matar. Era un proceso sencillo, yo había participado en ellos en repetidas ocasiones, si uno falla, si la transacción falla era deber el desaparecer a los testigos. Limpiar la pizarra, y era asi como conocíamos a esta operación. Se mandaban dos grupos de cuatro personas y se buscaban a los “ errores”. Allí mismo en esa cabina me llego la oscuridad, perdí el conocimiento y caí; ligero como una pluma y rápido con la fuerza de la gravedad.

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1 comentario:

Andrea Grimaldi dijo...

Jeje hola!!! entre más grande nos parece el mundo con este rollo de la informática, más pequeño se hace porque la gente está a la vista(o al menos los que escribimos).

Éste post en particular me gustó bastante, tengo debilidad por los malhechores jajaja. Buenísima onda por sus comentarios, me da mucho gusto saber que todavía anda vivo y coleando, porque en estos días, aunque no sea Haití, ya nada se sabe...

Un gran abrazo,

yo.