Trabajar en un hospital tiene muchas ventajas: ayudar a la gente, hacer algo por el mundo, si la plata (claro),para los vanidosos vestirse con esa bata blanca, y muchas otras por allí.
Con las ventajas vienen también las desventajas las cuales aunque pocas son fuertes y te marcan. Algunas son frustrantes por el sencillo hecho que amanece todos los días. Llegas al hospital y las mismas situaciones, las mismas maldiciones y aunque te resistes y te paras bien llegas a enredarte y ser presa de los mismos males y tantas otras situaciones difíciles que aparecen en una sola jornada.
Algunos egresados amigos míos (amigos “shure”) se fueron por el lado fácil por aquel del consultorio en zona urbana llena de independencia (que aunque no critico si se reclama patriotismo), otros buscaron alguna plaza en la burocracia nacional, alguno que otro se fue al extranjero(a estudiar alguna especialidad) y otros como yo decidimos aventurarnos en ser médicos rurales. (doctorcitos pué).
Allí en las áreas rurales todo fluye diferente, desde el contar de las horas hasta el nacimiento de una nueva luz. Los amaneceres son hermosos y los atardeceres llenan las almas de melancolía. Los nuevos nacimientos los celebran las comadronas y las muertes, las camas, las velas, las oraciones, las rodillas y hasta algún brujo local. Nada es igual.
Me levantan a veces a la medianoche o a esa terrible hora donde uno se funde en la gula de sueño por allí entre dos y tres de la mañana. La misma urgencia de atención a algún paciente, siempre grave, siempre pobre, y siempre esperanzado en ese doctor que no viste de blanco, que camina con tenis o botas de hule y no con zapatos de cuero español, ni traje inglés. Al llegar a la humilde calamidad la misma escena que me desconcentra entre lo que debo hacer y lo que debo decir, mis ángeles y demonios se discuten entre dar la verde esperanza o la blanca o negra realidad. Frecuentemente los enfermos no hablan y hay que sacarle información a los parientes “ ¿Cuando empezó? ¿Vomita? ¿ Toma algún medicamento?”y tanta otra pregunta que me deje leer la historia del desgraciado. Mientras hablo con el hijo, con el padre, con el hermano con la esposa o madre le tomo sus signos vitales y empiezo a develar algún diagnostico el cual espero que sea el correcto, que tenga cura inmediata y que las medicinas (siempre escasas) no sean de procedencia belga o sueca. ( por los precios). La situación se ve difícil y solo me gustaría que los demás egresados donaran un día a la semana para ayudar a tanta gente necesitada que abarrota los centros de salud. Mientras espero a que eso suceda o no suceda me cubro con mi impermeable mientras espero el bus que me lleva a otra aldea y luego a otra calamidad llamada enfermedad.
Cristian Mejía en el siglo del terror:
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