domingo, 4 de abril de 2010

De la Semana de siete viernes



El humo embriagaba el recorrido, con el incienso en el músculo y el cristo al hombro avanzaba. El tren de doscientas piernas danzaba, en llanto sobre un arcoiris de minúsculos fragmentos de vida. El festival es simple el trayecto un poco mas complicado, libras sobre fieles, devoción divagante en la sangre y alguna que otra lágrima en las mejilla. La promesa, la queja muda, el bravo castigo o tan simple tradición de familia. No importa la razón cuando la fe dirige el rumbo del esfuerzo o talvez del sacrificio.

Sudaba sangre, lloraba del mismo liquido y su aura era de linda esperanza, de regocijo. Nunca tuvo recuerdo de movimientos, pero las telas finas y los metales preciosos que le regalaban lo enganalaban, el quería estar desnudo para sentirse mas suyo y menos de ellos. Cada verano lo sacaban a ver el mar azul del cielo y a secarle su maderas y barnices morenos.

El ritmo se puso triste, se dejo enloquecer por pena, escupía adolorido flemas atroces y recuerdos fantásticos de sufrimientos eternos. El gordo cargando el trombón, el flaco con una trompeta seca y el resto de la banda endosando una fiesta que se confunde entre tristeza y regocijo. Bon bon, bon bon y el llanto de un alma encerrada en el cuerpo de un metal frío. La banda que canta, la banda que droga el festival de fe.

Las magdalenas de negro compartiendo tristezas lejanas, cubiertas con madrileñas blancas o negras, el púrpura recorriendo cuerpos sudosos, presas del verano insinuoso, tropical centroamericano mundano, local. Niños castigados a ser atados al puño del padre que lleva mas de veinte santas semanas de torturas de peso, contradiciendo pecados, buscando encerrado en un disfraz de cucurucho

@ la rutina me tiene atado. Libertad ven a mi!

Pic credit: peaceonearth.org thanks guys, great clicks all the time.

Cristian Mejía en el siglo del terror:
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